La invasión
Por Rafael Prieto Zartha
Los antiinmigrantes frecuentemente acuden a un patriotismo espurio para justificar su posición recalcitrante de repudio contra los indocumentados que se han afincado en el país.
Una referencia común es la sección cuarta del artículo cuarto de la Constitución: “Los Estados Unidos deben garantizar a cada estado de la unión una forma republicana de gobierno y proteger a cada uno de cualquier invasión”.
Esta visión fue esgrimida en 1994 por el ex gobernador de California, Pete Wilson, para sustentar sus reclamos contra el gobierno federal y promover la Proposición 187, que planteaba negarle a los inmigrantes indocumentados servicios sociales, servicios médicos y educación pública.
El cuento de la “invasión” aparece repetido en el variopinto abanico de portales de internet. Desde los más moderados hasta los más extremistas machacan la palabra invasión.
La abrumadora mayoría ignora cómo se dio el incremento de la población indocumentada después de que la ley de amnistía de 1986 legalizó a tres millones de inmigrantes clandestinos.
Paradójicamente, una de las narraciones más claras la hizo precisamente Mark Krikorian, director ejecutivo del restriccionista Centro de Estudios de Inmigración (CIS), productor por antonomasia de los reportes más implacables contra la inmigración “ilegal”.
El 15 de junio de 2000, durante una presentación ante el Subcomité de Inmigración y Quejas de la Cámara de Representantes, Krikorian contó:
“Cuando el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) llevó a cabo redadas durante la cosecha de cebolla Vidalia en 1998, el modesto numero de ilegales que logró detener fue eclipsado por los miles de ilegales que huyeron de los campos para evitar ser arrestados. En cuestión de horas, los empleadores y los políticos locales expresaron su disgusto, y para el fin de semana los dos senadores de Georgia y tres representantes (a la Cámara) enviaron una carta al fiscal general y a los secretarios de Trabajo y Agricultura criticando ferozmente la acción del INS por su ‘falta de consideración con los rancheros’”.
Durante esa primavera en Georgia, el director de distrito local de Inmigración suspendió totalmente las redadas, a petición de los cultivadores de cebolla, hasta que la cosecha fue recogida completamente.
Esa anécdota refleja la verdadera historia de la “invasión”, que se realizó con la connivencia de empleadores, políticos y autoridades gubernamentales, que favorecieron intereses económicos antes que respetar la ley.
Los 11 millones de indocumentados no aparecieron por arte de magia en Estados Unidos, ni la responsabilidad de su tan denunciada ilegalidad es enteramente suya.
No obstante, sería negligente desconocer que entre los millones de trabajadores inmigrantes honestos que se han radicado en Estados Unidos, no se han colado miles de manzanas podridas.
Al país han llegado bandidos con prontuarios registrados en las fichas penales de sus países, así como gente que aparece en la red virtual con nombres y apellidos completos por haber cometido fechorías.
Durante mis días de trabajo de reportero entrevisté a un centroamericano recién llegado que me contó que algunos criminales que él conoció se vinieron para Estados Unidos después de cometer delitos graves, para escabullirse de la justicia.
Un ex suegro mío, de origen sudamericano, que trabajó en el sistema penal de su país, llegó un día pálido a la casa, porque se topó en un restaurante de Nueva Jersey con varios de los reos más peligrosos que había visto en la cárcel.
Pero a Estados Unidos no solo han arribado los delincuentes comunes, también han aparecido los malandrines de cuello blanco: los políticos corruptos, los banqueros inescrupulosos y los militares abusadores.
Independientemente de la existencia de ese grupúsculo odioso, la campaña montada por los antiinmigrantes con el argumento de la “invasión” ha sido injusta y sus generalizaciones sobre los indocumentados inicua.
Infortunadamente, tal parece que para los inmigrantes honrados que ya desgastaron sus órganos vitales trabajando en este país, no habrá una segunda oportunidad en esta tierra.
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