Fidel Castro en la convención de
Charlotte
Por Rafael Prieto Zartha
Flaco favor le hacen a los
inmigrantes, los activistas que se aparecen a las manifestaciones en que se
aboga por una legalización de los indocumentados con camisetas con el rostro y
el nombre del dictador cubano Fidel Castro.
Ocurrió en Charlotte, durante la marcha de protesta
previa a la apertura de la Convención Demócrata, en la que los inmigrantes se
presentaron con el lema de “sin papeles y sin miedo”, que adornaron con figuras
de las preciosas mariposas monarca, que anualmente vuelan de Michoacán a
Carolina del Norte, sin que las detecte la Patrulla Fronteriza.
Precisamente, más de media docena de activistas con
poleras amarillas y blancas con la cara de Castro se ubicaron detrás de los
caminantes de la causa proinmigrante.
Con todo respeto les pregunté acerca del motivo de su
indumentaria y la respuesta fue tan dictatorial como las ordenes del
octogenario exmandatario oficial cubano.
“Apoyamos a Fidel Castro, a Hugo Chávez y estamos en
contra del imperialismo”, me contestó un individuo con acento del Sur de
Sudamérica, que no dejó hablar a los demás,
Cuando estaba a punto de argumentarle que era una
contradicción que estuvieran disfrutando de una actividad democrática imposible
hacer en la Cuba de Castro, simplemente actuando como un matón lumpezco amenazó
con golpearme.
El asunto por
fortuna no llegó a mayores, el jefe del grupo, que tenía el cabello arreglado
con rizos y una chivera mínima, se fue con sus áulicos para otro lugar del
desfile y yo continué observando la marcha.
Entiendo perfectamente que todos tenemos derecho a tener
una ideología propia y a expresarla pacíficamente.
Pero esa misma libertad me permite cuestionar a gente que
viene aquí a promocionar a un personaje que ha sido enemigo de Estados Unidos,
durante medio siglo, ad portas de un evento cívico para designar libremente al
candidato presidencial de uno de los dos partidos políticos tradicionales.
No lo entiendo, porque Castro nunca ha permitido
elecciones libres en la isla y mucho menos la expresión abierta de oposición a
su régimen.
Si se ha perseguido y han organizado actos de repudio
contra mujeres indefensas armadas con gladiolos, no me imagino lo que les
podría pasar a los señores de las camisetas si se aparecieran en la Plaza de la
Revolución de La Habana con ropa que tuviera mensajes en contra de Castro.
La cuenta de asesinatos políticos registrados en los 52
años de dictadura de “Alejandro”, el guerrillero mítico de la embarcación
Granma, va en más de 13 mil.
La Revolución Cubana surgió como la aventura romántica de
un grupo de barbados que derrocó la dictadura de Fulgencio Batista y que en su
camino construiría una nueva sociedad y un hombre nuevo en el Caribe, donde la
brisa peina las palmeras.
Lo malo es que el experimento resultó en un fracaso
macabro. Las historias de horror de amigos y compañeros de trabajo cubanos que
conocí en Los Angeles y Miami, no me dejaron la menor duda que en Cuba ha
imperado la opresión y el miedo.
Eso sí, disiento de la premisa de que los cubanos son los
únicos que han sufrido, dado que en Latinoamérica cada nación ha vivido su
propia angustia, dolor y sangre.
La comunidad hispana de Estados Unidos tiene que hacer un
ejercicio de entendimiento en el que se busquen puntos de encuentro y se
desdeñen símbolos que ofenden a otros y afectan la convivencia.
Y a los que odian a éste maravilloso país, que no está
libre de defectos, les digo que las puertas son angostas para entrar e inmensamente
anchas para que se vayan quienes estén aquí a disgusto, entre ellos los que
vienen a actuar como delincuentes comunes.
¿Cómo se espera que a los indocumentados se les dé la
oportunidad de legalizar su situación migratoria, sí se da la impresión de ir de
la mano del enemigo?
En algo positivo, chévere estuvo la cumbia que tocaron
los Jornaleros del Norte frente al edificio del Banco de América, cuya
arquitectura fue concebida por un hispano sudamericano.
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