Los efectos de la intolerancia
Por Rafael Prieto Zartha
En la búsqueda de dilucidar la espantosa tragedia del intento de asesinato de la congresista Gabrielle Giffords y el tiroteo que dejó seis fatalidades en Arizona, le envié un mensaje vía Facebook a mi colega y viejo amigo Ernesto Portillo Jr., editor del semanario La Estrella de Tucson y periodista sempiterno del diario Arizona Daily Star.
Mientras leía la contestación de Ernesto, de hablar después, me estrellé en la red social con el inconmensurable impacto que había causado el atentado en el alma de los arizonianos y del país.
“Dios nos ayude”, era una comunicación para él y otro recado le agradecía el trabajo de informar sobre el hecho, por los artículos que había escrito y que ya estaban disponibles en el sitio de internet azstarnet.com. El comentario de “Neto” (sobre lo ocurrido) no pudo ser más diciente: “Que tristeza. No tengo palabras”.
Horas más tarde, el alguacil del condado de Pima, Clarence Dupnik, hizo un categórico llamado a la cordura durante una conferencia de prensa.
“La ira, el odio, el fanatismo que está aconteciendo en el país está llegando a ser atroz”, dijo el sheriff, quien agregó que Arizona “se ha convertido en la Meca de los prejuicios y la intolerancia”.
Dupnik criticó el lenguaje incendiario de los locutores de radio y la televisión y sugirió que la nación se haga una profunda reflexión.
Indiscutible que la intolerancia de palabra caracterizó las discusiones sobre la reforma de salud, y de igual manera marcó el debate migratorio, del cual Arizona ha sido el principal campo de batalla.
La intolerancia de praxis se dio en el ardiente verano de 2009, con los empujones, manotones y escupitajos protagonizados por algunos asistentes a los cabildos abiertos convocados por los legisladores federales para dialogar sobre la propuesta sanitaria de la administración del presidente Obama.
La intolerancia se reflejó precisamente en Tucson en la oficina de la congresista Giffords, cuando fue vandalizada por su voto a favor de la reforma de salud en marzo de 2010.
No obstante, es paradójico que precisamente una política tolerante como la representante demócrata resultara víctima de una acción violenta durante un encuentro con sus constituyentes y mucho más después de ser ella quien leyó en la inauguración del 112 Congreso la Primera Enmienda de la Constitución, que garantiza la libertad de religión, expresión, prensa y específicamente el derecho de los ciudadanos de reunirse pacíficamente.
Algo admirable de la democracia estadounidense es que en sus 234 años de historia no hayan ocurrido golpes de estado y que la Guerra Civil haya sido la única incidencia mayor en que las diferencias políticas fueron dirimidas a tiros.
Ojalá este abominable incidente en Tucson, en el que una veintena de personas recibieron impactos de bala, no modifique la usanza de los legisladores federales de reunirse con sus electores y representados.
La violencia en todas sus formas es inadmisible, incluso en situaciones domésticas. Jamás se puede justificar, por ejemplo, que un padre asesine a golpes a un vecino porque éste agredió a su hijo.
Se sabe que el acusado del atentado, Jared Lee Loughner, tenía antecedentes de tropezones con la justicia y que registró entre sus lecturas favoritas “Mi Lucha” de Adolfo Hitler, el líder del nazismo.
También se conoce por sus escritos en internet que se pronunció por desconocer el actual gobierno, y un reporte de la cadena de noticias FOX indicó que según un documento del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), Loughner podría haber estado influenciado en sus ideas por la publicación American Renaissance, que produce un grupo calificado como supremacista, antiinmigrante y antisemítico por el Southern Poverty Law Center (SPLC).
El cuadro de sus víctimas fatales es sombrío: una menor de 9 años, nacida el 11 de septiembre de 2001; tres personas jubiladas, mayores de 75 años; el director de relaciones comunitarias de la oficina de Giffords, de 30 años; y el juez federal John Roll, de 63 años, que había emitido varios veredictos a favor de los inmigrantes.
Lo que nos queda es desarmar los espíritus y orar por la recuperación de Giffords, una congresista que ha abogado por tomar medidas fuertes contra la inmigración ilegal pero que se opuso a la ley SB 1070 de Arizona, que criminaliza a los indocumentados.
totalmente de acuerdo contigo Rafael, que Dios nos bendiga
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