50 millones de hispanos ¿Pá qué?
Por Rafael Prieto Zartha
La Oficina del Censo acaba de revelar que somos más de 50 millones de hispanos en Estados Unidos, exactamente 50,477,594, y que nos hemos consolidado como la minoría más grande, con un porcentaje de 16.3, en contraste con los afroamericanos que constituyen 12.6 y los asiáticos que alcanzaron a ser 4.8 de la población total del país.
El haber aumentado 15 millones, entre 2000 y 2010, ha generado que se toquen las trompetas de júbilo y no dudo que se haya descorchado más de una botella de champaña para celebrar que la comunidad de los colores del pavorreal, con su sello variopinto, hayan obrado un hito en los cambios poblacionales de la nación más poderosa del planeta.
No obstante, yo me pregunto si realmente hay algo que celebrar, cuando a 11 millones de indocumentados, incluidos en los 50 millones, se les tiene en el borde del abismo de la deportación y a casi 5 millones de hijos de ellos se les quiere abrogar el derecho a la ciudadanía, pese a haber nacido en el territorio de esta nación.
Yo me pregunto si se puede festejar, este “logro”, cuando cada semana que pasa las legislaturas estatales se burlan de los números y proponen más medidas contra los individuos que les han ayudado a aumentar su presencia en el Capitolio, como es el caso de Carolina del Sur, donde de seis representantes a la Cámara se pasará a siete.
El blogero del sitio de internet del Washington Post, Chris Cillizza, señaló, después de la difusión de las cifras, que en siete estados donde el aspirante John McCain ganó las elecciones en su derrota de 2008, los hispanos crecieron más del cien por ciento durante la última década.
En Alabama, Arkansas, Carolina del Sur, Dakota del Sur, Kentucky, Misispí y Tenesí, lugares en los que el fallido candidato republicano y su compañera de fórmula Sarah Palin vencieron, los proyectos antiinmigrantes han estado a la orden del día.
A la comunidad hispana no se le tiene el más mínimo respeto: funciona para que a sus integrantes se le den palmaditas en la espalda o sean objeto de promesas que no se cumplen.
Se les toma del pelo con la legalización de los estudiantes indocumentados, con arreglar la situación de los trabajadores del campo y obviamente con la manida reforma migratoria integral.
Un amigo dijo hace más de dos décadas que nuestro problema como hispanos o latinos era que: “no nos comportábamos como una comunidad, sino como una manada”.
Cada cabra tira para su propio monte. Se carece de cohesión para adelantar una agenda común que permita que los políticos no nos desprecien. Y los latinos en conjunto ofrecemos un panorama espeluznante.
Basta indagar las cifras de pobreza de los hispanos, de acuerdo con los estándares nacionales, para encontrar que estamos mal. La pobreza castiga a 25.3 por ciento de la población latina.
Ni hablar de la deserción escolar, porque es harina de su propio costal. En enero de 2007 publiqué una columna en Mi Gente, el semanario de Charlotte que hoy dirijo, denominada “La obsesión de la A+”, en la que comparaba el éxito de los estudiantes asiáticos con el fracaso de los alumnos hispanos. La realidad es que 41 por ciento de los latinos mayores de 20 años no se graduaron de la secundaria.
En materia de salud, 30.7 por ciento de la población hispana carece de seguro médico.
Un mismo cantar es la participación electoral, en la que la indiferencia de los que tienen el privilegio de la ciudadanía es fatal, especialmente en elecciones locales clave, en las que los hispanos podrían marcar una diferencia abismal.
Un ejemplo, de donde yo resido, fue la votación latina en el Condado de Mecklenburg, de Carolina del Norte, en las elecciones de noviembre pasado. De los 12,312 hispanos que aparecían registrados para votar, solo 2,440 fueron a las urnas.
Si no se aprovechan los resultados del Censo para que la comunidad hispana cambie la actitud de modorra, que la mantiene en la mediocridad, por una proactiva que difume las falencias, lo de los 50 millones será solo un número.
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