El cumpleaños republicano
Por Rafael Prieto Zartha
Estamos a pocos días de que el Partido
Republicano, el Gran Viejo Partido (GOP), cumpla 159 años de existencia, el
próximo 20 de marzo.
Los inicios republicanos fueron de
desafío contra un establecimiento que favorecía la esclavitud.
Abraham Lincoln fue el primero de los 18
mandatarios de esa filiación en ocupar la Oficina Oval de la Casa Blanca, en
unas circunstancias desde todo punto de vista espantosas.
Lincoln decidió jugársela por la emancipación
de los esclavos negros y el país vivió una cruenta guerra civil, que estuvo a
punto de romperlo en dos para siempre.
La Guerra de Secesión se prolongó desde
1861 hasta 1865, en un tiempo en que hubo dos capitales de la nación,
Washington, la del gobierno legítimo y Richmond, la de los rebeldes de la
Confederación.
Después de vencer y mantener la unidad de
los Estados Unidos, Lincoln fue asesinado, dejando un legado valentía y de
compromiso con postulados de igualdad y democracia.
Hoy, más de siglo y medio después, hay
estadounidenses que piden que el Partido Republicano vuelva a arriesgarse por
un sector de la población al que necesita acercarse para ser una opción de
poder.
Los republicanos requieren ganarse a una
porción de los hispanos para volver a la presidencia y su oportunidad es
impulsar una reforma migratoria integral, o como dicen a veces una reforma
justa y comprensiva.
Pero no es con propuestas de bloquear la
eventual naturalización de los inmigrantes irregulares como se gana el favor y
el voto de la comunidad latina.
Los republicanos deben recordar que
fueron precisamente las políticas de la autodeportación y de respaldo a leyes
antiinmigrantes estatales y locales, las que llevaron al Gran Viejo Partido a
la debacle de noviembre pasado.
El anuncio del exgobernador Jeb Bush de
no ofrecer un camino a la ciudadanía en su plan migratorio es un absurdo, dado
que había sido él un faro de sensatez, en la reparación del vínculo entre los
latinos y su partido.
Una encuesta realizada por el grupo conservador
Resurgent Republic y la organización Hispanic Leadership Network a finales del
año anterior entre votantes latinos de Florida, Colorado, Nevada y Nuevo
México, ratificó que el Partido Republicano tenía un problema de imagen con los
hispanos.
Sin embargo, encontró que 38 por ciento
de los encuestados se definieron como conservadores. Ese porcentaje se acerca
más al 44 por ciento del voto latino obtenido por el expresidente George W.
Bush, en 2004, que el 23 por ciento logrado por el exgobernador Mitt Romney en
2012.
A ojo de buen cubero, los republicanos
captarían alrededor de cuatro millones de votantes potenciales, entre los 10
millones que resultarían legalizados por la reforma migratoria de 2013.
Por eso, el trabajo de relaciones
públicas que tienen que hacer con los latinos, es el del partido que los abraza
y no el del que los aparta.
El camino para el Partido Republicano no
es dejarse atemorizar los sectores intolerantes del Partido del Te, al que
pertenecen la mayoría de los representantes afiliados al grupo de inmigración
fundado por el nefasto excongresista de Colorado, Tom Tancredo.
Congresistas como Dana Rohrabacher, que
le dio la bienvenida a su oficina a la soñadora Jessica Bravo, diciéndole “odio
a los ilegales”, no le hacen ningún favor. Tampoco es seguir ideas como las de
Bill James, comisionado republicano del Condado de Mecklenburg, Carolina del
Norte, que ha indicado que lo bueno de expedir licencias de conducir a los
soñadores en ese estado es desarrollar una base de datos para deportar a sus
familias.
Más bien, los republicanos deben beber en
las aguas de Lincoln y del expresidente Ronald Reagan, que tuvo a bien
legalizar a tres millones de indocumentados, quienes impulsaron la economía en
los ochenta.