Un pueblo callado, jamás será escuchado
Ni perdón, ni olvido debe haber para aquellos que traicionaron o se opusieron a la legalización de los estudiantes indocumentados y mucho menos para los que sabotearon la posibilidad de una reforma migratoria integral en 2010 y tuvieron en sus manos la realización de un cambio positivo para el país.
Trás ese periodo maravilloso e increíble de la primavera de 2006, en la que la naturaleza florecía y los cantos multitudinarios de la gente clamaban con ilusión “si se puede”, el artista colombiano radicado en Charlotte, Edwin Gil, pintó un óleo lejano de su estilo característico sobre el tema.
En la obra, dominada fundamentalmente por el celeste y el blanco, se destacan las figuras de dos mujeres jóvenes, la perspectiva general nos regala una hilera de gente luciendo camisetas blancas y en el fondo aparece una bandera de Estados Unidos con sus barras y sus estrellas.
Edwin donó el cuadro a Mi Gente, el periódico de Charlotte que dirigí en esa época y del cual me he vuelto a encargar recientemente.
La pintura contiene un lema que debe convertirse en el punto de reflexión para que la población inmigrante y sus aliados actúen de ahora en adelante: “el pueblo callado, jamás será escuchado”.
De 2010 nos queda el sabor amargo del fracaso en alcanzar la aprobación del Dream Act que habría beneficiado potencialmente a alrededor de dos millones de jóvenes quienes eventualmente hubieran podido legalizar su estatus migratorio.
De este año ingrato, que muere, también queda en la memoria el 21 de marzo, cuando más de 200 mil personas se congregaron en la zona de monumentos de Washington DC para recordar la promesa que el presidente Barack Obama le hizo a la comunidad hispana, siendo candidato en 2008, de lograr una reforma migratoria integral en su primer año de gobierno.
Impresionante ver como las familias capitalinas, de tez blanca y ojos azules, le brindaban aplausos y agua a los peregrinos ataviados de blanco que caminaban de regreso al estadio Robert F. Kennedy, para tomar los autobuses y retornar a sus hogares.
Yo hice el recorrido en compañía de la productora de televisión María Ceballos, una profesional puertorriqueña que había viajado desde Atlanta, quien ese día emocionada expresaba optimismo de que el tema de la reforma migratoria fuera retomado en el Capitolio.
Infortunadamente, pese a los esfuerzos de los sectores pro inmigrantes, pudo más la cobardía de los legisladores y la reforma ni siquiera se trató.
Ahora que todo se perdió, no queda otra opción que insistirle al ejecutivo que frene las deportaciones y seguir los pasos de los soñadores que realizaron huelgas de hambre, plantones, protestas y caminatas kilométricas por su causa.
Esos muchachos emplearon las nuevas tecnologías, las redes sociales, Facebook, Twitter, Skype, el BlackBerry y otro tipo de teléfonos celulares en pos de su objetivo.
No se quedaron callados, chatearon, textearon y han prometido no permanecer en silencio. Han indicado que su lucha continúa.
Ojalá de la misma forma, en 2011, siembren la semilla del necesario movimiento de derechos civiles de los inmigrantes, que conduzca a generar conciencia nacional en pro de dar estatus migratorio a los más indefensos.
También les queda como tarea organizar a los votantes hispanos para las elecciones por venir, para que el voto latino tenga peso ante demócratas y republicanos, y se pase la cuenta en las urnas a los políticos traidores y a los intolerantes.
Se tiene que hablar fuerte para que el presidente saque del sombrero de cubilete, como los magos, una fórmula que le permita cumplir el compromiso que hizo y que ya falló en consumar en los dos primeros años de su mandato.