El debate de
la venta de armas de fuego
Por Rafael Prieto Zartha
No creo que los padres de la patria tuvieran la intención de promulgar la Segunda Enmienda a la Constitución, con el propósito de que los habitantes del país pudieran adquirir, como si fuesen caramelos, los sofisticados rifles de asalto del Siglo 21 con los que se cometen espantosas masacres como la reciente de Aurora, en Colorado, en la que un nerdo mató a tiros a 12 personas y dejó heridas a 58.
La Segunda Enmienda fue propuesta en 1789 durante el Primer Congreso, reunido en Nueva York, y proclamada en el 15 de diciembre de 1791, en el Segundo Congreso, que tuvo como sede a Filadelfia, donde se aprobó la Carta de Derechos, que corresponde a las 10 primeras enmiendas a la Constitución.
Para ese tiempo, el país comenzaba a vivir la paz, después de haber experimentado una cruenta guerra de independencia, que duró ocho años, entre 1775 y 1783, en la que los revolucionarios de las primeras 13 colonias derrotaron al Imperio Británico.
El alzamiento contra los ingleses había sido protagonizado primordialmente por milicias de campesinos, que antes y después de las hostilidades, utilizaban sus armas de fuego para cazar animales para su sustento y defenderse de las bestias salvajes.
Las armas de fuego que se usaban en la época eran mosquetes que se alimentaban con cargas de pólvora, con las que solo se podía hacer un disparo a la vez.
Los soldados más avezados apenas lograban hacer tres disparos por minuto.
El concepto de que el pueblo tuviera armas de fuego tenía un razonamiento de parte de los padres de la patria: que en cualquier momento los ingleses podrían regresar a recuperar el territorio.
Y esa premonición se hizo realidad en 1812, en un conflicto que duró dos años, en el que los británicos redujeron a cenizas a Washington, la recién estrenada capital estadounidense.
Pero ningún padre de la patria vio funcionar un rifle de asalto como el AR 15, uno de los dos que portó James Holmes al teatro Century de Aurora, con capacidad de hacer 60 disparos por minuto, al adaptarle un magazín especial.
Para cazar un venado no se requiere un arma que lanza tal cantidad de proyectiles en tan corto lapso de tiempo.
De acuerdo con el diario Philadelphia Daily News, el país ha vivido desde 2007, por lo menos 20 matanzas significativas con armas de fuego.
Apenas el pasado 30 de junio, un individuo hizo disparos contra un café en el distrito universitario de Seattle, en el estado de Washington, asesinando a 5 personas.
El 8 de enero de 2011, en un centro comercial de Tucson, en Arizona, un hombre provocó la muerte de 6 personas y lesiones a 13, entre ellas a la excongresista Gabrielle Giffords.
En 16 de abril de 2007, un estudiante abrió fuego en la Universidad de Virginia Tech, en Blacksburg, matando a 32 personas e hiriendo a 17.
El 20 de abril de 1999, en Littleton, Colorado, dos alumnos de la Escuela Secundaria Columbine, asesinaron a 12 de sus compañeros y a un maestro, además de dejar decenas de lesionados.
La masacre cometida en el estreno de media noche de la trilogía de Batman, del director Christopher Nolan, es inexplicable.
La realizó James Holmes, un pichón de genio, que se parecía más a Sheldon, el inofensivo personaje de la serie de televisión The Big Bang Theory, que al multiasesino real.
Tras los sucesos de Aurora, una ciudad adherida a Denver, con alrededor de 100 mil hispanos, queda sobre el tapete el debate sobre la facilidad de adquisición de las armas de fuego.
Yo no digo que no sean necesarias, si uno tiene que proteger la vida ante la amenaza de un criminal bruto, pero las masacres ponen en tela de juicio su utilidad real.
Los legisladores tienen que empezar a perderle miedo a la Asociación Nacional del Rifle, y reglamentar el porte con sensatez.
Por fortuna, las leyes prohíben que los indocumentados adquieran y posean armas de fuego.
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