Una reforma de
salud sin indocumentados
Por Rafael Prieto
Zartha
El verano de 2009
fue tan ardiente como el que estamos viviendo este año. El calor era agobiante,
la humedad inaguantable y la sensación que el asfalto de las calles estaba a
punto de derretirse víctima de los incandescentes rayos del sol, era evidente.
Lo que también estuvo candente,
hace tres años, fue el movimiento de los
amotinados del Partido del Te contra el presidente Barack Obama y su proyecto
de reforma de salud.
A lo largo y ancho del país se
efectuaron cabildos abiertos, convocados por legisladores federales en
escuelas, oficinas y centros comunitarios.
Las escenas que mostró
reiteradamente la televisión parecían sacadas de una película en la que bandos
irreconciliables actuaban de forma iracunda.
En las transmisiones se observaban
insultos, empujones, escupitajos y verdaderas muestras de desprecio contra el
presidente, con carteles en los que lo caricaturizaban como un zombi o con el
bigote de Hitler, para asemejarlo con los nazis.
Yo asistí a un encuentro público, en
una escuela cerca de donde vivo, en Cornelius, Carolina del Norte, enmarcado en
ambiente de moderación, pero donde era inevitable encontrarse con el
resentimiento en contra del presidente.
Las cadenas de correos electrónicos
de la época contra Obama contenían epítetos impublicables y alusiones racistas
al color de su tez.
Los textos recreaban teorías de
conspiración, como que el mandatario no había nacido en Estados Unidos y que su
fe era la de un musulmán radical antiamericano.
La bandera de los descontentos era
la reforma de salud y entre sus sujetos de vilipendio estaban los detestados
“ilegales”.
Aunque, desde el principio los
autores del proyecto de reforma de salud excluyeron a los indocumentados como
posibles beneficiarios de tener seguro sanitario, los opositores al llamado Obamacare,
han intentado lanzar el infundio de que la normativa les daría cobertura.
Un acto de irrespeto con el
presidente se escenificó en el Capitolio el 9 de septiembre de 2009, cuando el
congresista de Carolina del Sur, Joe Wilson, le gritó en medio de un discurso
sobre la reforma sanitaria: “¡Usted miente!”. El ultraje se dio segundos
después de que Obama había dicho que era falso que el proyecto de reforma
incluyera a los indocumentados.
En marzo de 2010, después de que las
dos cámaras votaron a favor, el presidente firmó la ley y tras un largo litigio
en los tribunales, la Corte Suprema de Justicia, determinó que la reforma de
salud era enteramente válida, el pasado jueves 28 de junio.
No bastó la presión de los
amotinados del té, que ya tenían una fiesta preparada para celebrar el
hundimiento de la reforma, ni la oposición de 26 de los 50 estados de la Unión
a la cobertura obligatoria de salud.
La decisión de la Corte es sin duda
una victoria para Obama, que logró algo que había sido intentado sin resultados
por los presidentes demócratas Lyndon B. Johnson y Bill Clinton.
La Casa Blanca proyecta que 32
millones de personas que actualmente, carecen de seguro de salud, lo tendrán,
incluyendo 9 millones de latinos. Y por fin en Estados Unidos se tendrá algo
que se acerca a la cobertura universal de salud, existente en la mayoría de los
países desarrollados del mundo.
Sin embargo, los más inermes, los
indocumentados no podrán acceder a la cobertura de salud ni pagando. Así lo
estableció la ley: los trabajadores con estatus migratorio irregular, alrededor
de 7 millones, no podrán comprar los seguros de salud ofrecidos por el mercado
de pólizas contemplado en la reforma.
El Instituto Política Migratoria
(MPI) había señalado en un estudio que la tercera parte de los indocumentados
contaban con seguro médico mediante sus empleadores, la mayoría pequeñas
empresas.
Esta protección sanitaria se ha
venido difuminando y un seguro de salud real para los actuales indocumentados
solo será realidad si dejan de serlo, es decir con una reforma migratoria que
los legalice.
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